miércoles, 16 de septiembre de 2020

¿Existen razones por las que odiamos ir a los museos?

 


¿Es verdad que los museos son un templo genuino del aburrimiento?...

Entre cuatro paredes y envueltos en un claroscuro que enfoca las obras, todo parece estar dispuesto a la perfección para inducir un trance hipnótico que lleva al sueño. El silencio y la rigidez se apoderan de una sala ante una atmósfera de culto que prima la individualidad sobre todo lo demás. ¿Qué es lo que provoca la negativa de visitar una exposición y pasar el día dentro de un museo? ¿Por qué las exhibiciones, en vez de atraer a miles de personas y acercar la cultura al público, se conforman como espacios de culto ajenos a lo popular? 
Los museos discriminan

El argumento por antonomasia de los promotores de la cultura para justificar la inasistencia del gran público a las exhibiciones yace en la ignorancia del grueso de la población. Bajo esta lógica, los organismos encargados de los museos afirman que los espacios están abiertos al público y que, mediante campañas publicitarias, promueven la asistencia a un sitio expositivo, pero olvidan que crean una distinción clara entre entendidos e ignorantes que aleja al mundo de las salas. Mientras los primeros disfrutan como niños —no sin cierta pedantería— de cada espacio de la exhibición con un toque desgastado de conocedor innato e incluso, vierten comentarios de la jerga especializada que exigen ciertos campos del conocimiento como el arte; los ignorantes recorren sin más, con toda la curiosidad pero sin ninguna señal lo bastante clara como para interesarse de lleno en lo que se muestra.





Los museos y la escuela

Una relación tormentosa que en gran medida contribuye a la pésima reputación que tienen los museos en los más pequeños. Entre las formas más crueles de arruinar un fin de semana para un estudiante de nivel básico, está la visita obligada a un museo. El problema inicia desde la forma de enseñanza de la Historia, que abre un almanaque enorme de datos —fechas, sitios históricos, héroes, villanos— sin sentido o conexión alguna con la única peculiaridad de ser parte del pasado y al mismo tiempo objeto de estudio, veneración y respeto.

Una expresión inequívoca del fracaso de la pedagogía está en los cuestionarios que los estudiantes deben llenar para corroborar su asistencia a una exposición. Libreta en mano, los jóvenes se deslizan entre salas con premura y, mientras esquivan fantasmas grises, discriminan con la mirada entre lo que significa una pregunta menos y todo aquello que no aporta nada. Se trata de la quijotesca empresa de organizar un texto sin coherencia que se compone de fichas técnicas, hojas de sala y todo cuanto se puede leer en una exposición sin siquiera fijar la atención en los objetos que forman la exhibición.







La museografía y el aprendizaje pasivo

Incluso el tema de más interés puede convertirse en un auténtico vía crucis para los visitantes cuando una exposición que se espera con emoción decepciona o tiene una curaduría completamente académica. Los especialistas en montar exhibiciones definen la técnica, el contenido y todo lo que un espacio de comunicación intenta expresar; sin embargo, en ocasiones el mensaje no tiene la suficiente fuerza como para proponer un diálogo abierto, sincero e incluyente con el grueso de quienes visitan una exposición.

El carácter pasivo de un museo es, sin duda, una de sus principales limitantes. El formato expositivo habitual parece seguir los ideales ascéticos de un templo religioso: todo dentro es silencio y la atención debe enfocarse en las obras  que son admiradas con devoción ante la mirada curiosa del incrédulo que, enfrascado en un espacio que no propone la inclusión, recorre sala por sala en busca de algún diálogo inteligible de las obras de arte. En la mayoría de los casos, la visita termina con un dejo de decepción y la insegura opinión sobre la muestra lo confirma. Por más que intenta, no logra maravillarse como los "entendidos" frente a un lienzo, una vasija antigua o un códice milenario

Es posible que el formato de encerrar obras de arte entre cuatro paredes esté obsoleto en la actualidad y sus mejores días hayan quedado en el recuerdo de las exposiciones internacionales que los vanguardistas del siglo XX realizaban para beneplácito de los conocedores de pipa y guante. Los museos, como memoria del legado cultural de un pueblo, encierran el conocimiento no entre muros, sino entre individuos que hacen del sitio un espacio de culto y no de difusión cultural.


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